Cuando Qsaae Hassan (27 años) pesaba 120 kilos y vivía feliz como deportista profesional en Damasco nunca pensaba que la vida se le podía torcer de esta manera. Las cosas le iban relativamente bien, a pesar de ser refugiado palestino en Siria. Trabajaba en un gimnasio y era entrenador de pesas además de ser un prodigio en el lanzamiento de disco y del tiro con piedra. Llegó a ser el campeón de su ciudad y viajaba a numerosos campeonatos en el país. Pertenecía a una familia de amantes del deporte.

Entonces empezaron a caer las bombas. Cuenta que el gimnasio en el que entrenaba pertenecía al entorno de Al Asad. Si ganabas, todo iba bien, pero si perdías, te jugabas la vida. Tras perder un campeonato en 2015, la policía le retuvo y le encarceló durante los 10 días más largos de su vida. Al salir lo tenía claro: debía huir. Contactó con la mafia y escapó a Turquía con su mujer y su bebé recién nacido. El viaje no fue fácil. Cuando lo cuenta, sigue removiendo las entrañas: 2 meses a pie hasta Turquía evitando la policía. Estambul, luego Izmir. Hasta 10 veces intentó el salto a Europa, pero no fue fácil. Europa paga a Turquía para que controle su frontera y los refugiados no pasen.  Su bebé tenía dos meses cuando cruzó en balsa hinchable. Dice que las olas les hicieron temer por su vida. Había mar, hacía frío.

De ahí una historia parecida a otros refugiados: Isla de Kíos, campo de detención, traslado en ferry a Atenas. Ya tenía el futuro en sus manos: la frontera con Macedonia. Pero el destino no estaba de su lado. La frontera estaba cerrada . La policía les recogió en Atenas y les prometió un hotel para ducharse, descansar y cenar, como merece quien ha hecho un viaje tan terrible. Lo que la policía griega hizo, no debe olvidarse: les condujo 7 horas hacia el norte y les dejó tirados al filo de la madrugada en el pedregal de Katsikas con unas cuentas tiendas y un par de colchones dentro. Hacía un frío tremendo ese 19 de marzo. Sin electricidad, sin comida en algunos casos. Eran un millar y había dos duchas de agua helada. Cinco baños.

Qsaae Hassan sigue en el campo de refugiados de Katsikas desde ese 19 de marzo y vive en una tienda de 4×3  metros con su mujer Allae (21 años) y su hijo Taeem (11 meses).

Como muchas personas en el campo está deprimido y que en los últimos meses ha perdido 20 kilos. Sueña con tener un baño, una cama normal y no soportar la lluvia, las inundaciones y las serpientes. La comida terrible del ejército. La humillación de tener que pedir todo a las ONG que trabajamos allí.  La desesperación de no saber qué va a ser de él. Se levanta tarde y no tiene motivación en este campo. Sólo sueña con entrenar y sonríe tímidamente enseñando sus fotos en Siria.

Durante algunos días intentó recorrer los 15 km que le separan del campo de atletismo más cercano pero el sol y el calor infernal que pasa ahora en verano le desmotivaron.

Los voluntarios del campo le intentan animar para que salga de la tienda. Hace unas semanas gracias al apoyo de los voluntarios y de las ONG del campo se ha construido un gimnasio y allí lo ves entrenando si tiene un buen día.

Hassan es un titán pero es una de las más de 500  vidas truncadas en Katsikas. El nunca podrá ir a Río. Pero esperemos que al menos pueda seguir su sueño olímpico en otro país que le acoja.

Un boxeador en el campo

Rahim Ahmadi (33) comparte gimnasio con Qsaae pero su fuerte es el boxeo. Lo lleva en las venas. Y lo sabe todo aquel que pasa por el gimnasio de Katsikas a las 7 pm cuando  baja el calor.  Allí entrena y te invita a pasar y a ponerte los guantes. En Iraq era refugiado (su familia huyó de Afganistán por la guerra). Trabajaba como entrenador de boxeo y formaba parte del equipo nacional de kikboxing.  Rahim es afgano, una minoría despreciada en Iraq. Luchó como buen deportista que es  y consiguió reconocimiento. Pero cuenta sus dificultades para encontrar gimnasios donde entrenar.

Su hijo pequeño tiene fenilcetonuria, una enfermedad del metabolismo que afecta al cerebro y necesita una alimentación especial los primeros años de vida. Sin tratamiento la enfermedad puede producir graves discapacidades mentales y motoras. En Iraq no tenía tratamiento.

De Iraq fue al Kurdistán y cruzó las montañas con sus niños, de 5 y 2 años. Dice que en Katsikas está mejor, porque aquí nadie le insulta por ser afgano. Una donación recibida por una persona voluntaria apoya el tratamiento de su hijo y eso le alivia. No tiene pasaporte así que ya no puede volver a Afganistán y se encuentra varado en Katsikas esperando pasar a algún país europeo donde pueda entrenar y ser parte del equipo nacional. “No es un sueño, es un objetivo”, dice con una mirada que hace pensar que este deportista puede conseguir todo lo que quiera.

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